El espejismo del estatus: una fábula del mundo científico

Cuando estaba terminando mi doctorado, recuerdo una visita que hice a uno de los Grandes Templos de mi área de investigación.

Este lugar, situado en antiguas tierras del Sagrado Imperio Romano, albergaba a un Cardenal importante en el campo científico (se rumoreaba que era candidato varias veces al Premio Nobel) y a varios Obispos.

Los aprendices que se formaban allí estaban, de manera casi natural, muy valorados por el resto de la comunidad.

Entre ellos, conocí a un joven postdoc que era una estrella emergente en el área.

Su carrera estaba en ascenso.

Sin embargo, un par de años después, supe que el joven postdoc se había retirado de la carrera científica porque creía que no encontraría trabajo en otro Gran Templo que estuviera a la altura de su reputación.

Decidió dedicarse a una carrera lucrativa en el sector financiero.

Casi dos décadas después de aquellos eventos, me encuentro en tierras periféricas del imperio científico, todavía dedicado con gran devoción a la investigación astronómica/cosmológica.

Algunas reflexiones me acompañan cuando veo esta doble historia (la del joven postdoc y la mía) repetirse una y otra vez:

El prestigio genera adicción. Ese joven postdoc eligió el estatus sobre la pasión. ¿Cuántos talentos perdemos por esta adicción?

No hay un solo camino para dedicarse a la investigación La ciencia no es una escalera. Es un laberinto. Algunos brillan en los palacios. Otros florecen en las periferias.

El valor está en el impacto, no en la dirección ¿Importa dónde haces ciencia? No debería. Debería importar qué ciencia haces.

La pregunta no debería ser dónde trabajas. La próxima gran intuición podría venir de cualquier lugar. Incluso de las periferias. Especialmente de las periferias.

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